El retrato de Dorian Gray by Oscar Wilde

El retrato de Dorian Gray by Oscar Wilde

autor:Oscar Wilde
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Terror
publicado: 2090-06-20T04:00:00+00:00


CAPÍTULO 10

Cuando entró el criado, lo miró fijamente, preguntándose si se le habría ocurrido curiosear detrás del biombo. Absolutamente impasible, Víctor esperaba sus órdenes. Dorian encendió un cigarrillo y se acercó al espejo. En él vio reflejado con toda claridad el rostro del ayuda de cámara, máscara perfecta de servilismo. No había nada que temer por aquel lado. Pero enseguida pensó que más le valía estar en guardia.

Con voz reposada, le encargó decirle al ama de llaves que quería verla, y que después fuese a la tienda del marquista y le pidiese que enviara a dos de sus hombres al instante. Le pareció que mientras salía de la habitación, la mirada de Víctor se desviaba hacia el biombo. ¿O era imaginación suya?

Al cabo de un momento, con su vestido negro de seda, y mitones de hilo a la vieja usanza cubriéndole las manos, la señora Leaf entró, apresurada, en la biblioteca. Dorian le pidió la llave del aula.

—¿La antigua aula, señor Dorian? —exclamó el ama de llaves—. ¡Pero si está llena de polvo! Tengo que limpiar y poner orden antes de dejarle entrar. No se la puede ver tal como está, no señor.

—No quiero que ponga usted orden, Leaf. Sólo quiero la llave.

—Lo que usted diga, señor, pero se llenará de telarañas. Hace casi cinco años que no se abre, desde que murió su señoría.

Dorian puso mala cara al oír hablar de su abuelo. Tenía muy malos recuerdos suyos.

—No importa —dijo—. Sólo quiero verla, eso es todo. Déme la llave.

—Y aquí la tiene —dijo la anciana, repasando el contenido de su manojo de llaves con manos trémulamente inseguras—. Ésta es. La sacaré enseguida. ¿No pensará usted vivir allí, tan cómodo como está aquí?

—No, no —exclamó Dorian, algo irritado—. Muchas gracias, Leaf. Eso es todo.

El ama de llaves tardó aún unos momentos en retirarse, extendiéndose sobre algún detalle del gobierno de la casa. Dorian suspiró, y le dijo que lo administrara todo como mejor le pareciera. Finalmente se marchó, deshaciéndose en sonrisas.

Al cerrarse la puerta, Dorian se guardó la llave en el bolsillo y recorrió la biblioteca con la mirada. Sus ojos se detuvieron en un amplio cubrecama de satén morado con bordados en oro que su abuelo había encontrado en un convento próximo a Bolonia. Sí; serviría para envolver el horrible lienzo. Quizás se había utilizado más de una vez como mortaja. Ahora tendría que ocultar algo con una corrupción peculiar, peor que la de los muertos: algo que engendraría horrores sin por ello morir nunca. Lo que los gusanos eran para el cadáver, serían sus pecados para la imagen pintada en el lienzo, destruyendo su apostura y devorando su gracia. Lo mancharían, convirtiéndolo en algo vergonzoso. Y sin embargo aquella cosa seguiría viva, viviría siempre.

Dorian se estremeció y durante unos instantes lamentó no haberle contado a Basil la verdadera razón para esconder el retrato. El pintor le hubiera ayudado a resistir la influencia de lord Henry, y otra, todavía más venenosa, que procedía de su propio temperamento. En el



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